SEMBLANZA BIOGRÁFICA por José Mª Prats Escriche
Un 3 de enero de 1949, sin duda que frío, nace Teresa Abadía en el pueblo de Ayerbe, en la Hoya de Huesca. Allí, en la Casa Lambán, en los mismos porches donde el nobel Ramón y Cajal vivió su infancia, va a transcurrir el primer año de vida de Teresa. Sólo el primero, pues, por razones de trabajo, sus padres se trasladarán a Yesa, en Navarra.
Navarra era tierra de jota, pero aunque no lo hubiese sido, habría dado igual porque la jota tenía entidad y vida propias en la familia de Teresa: su abuelo materno la cantaba, sentado en una manta, para su tierna nieta; su padre, que cantaba aragonesas y navarras sin distinción, fue quien le enseñó a sentirla y, por tanto, a amarla; ella recuerda que el padre tenía predilección por dos jotas: “La Mora” y “Tuve un hermano en el Tercio”. Y aunque su madre, pese al don de una preciosa voz, no la cantaba, también contribuyó al hondo gusto por la jota que caracteriza a nuestra Teresa. Ella misma tardó lo justo en hacer sus pinitos joteros, entonando la jota, junto a su hermano mayor, en las reuniones familiares. Y cuando Teresa fue madre, parte de ese gran amor por la jota se encarnó, de forma natural, en sus hijas: la mayor cantaba y la pequeña bailaba, aunque por circunstancias desfavorables no pudieron desarrollar una trayectoria larga.
Y de nuevo en Aragón, será en Barbastro, Huesca, donde Teresa estudiará, se casará y tendrá sus hijas. Como ama de casa con niñas pequeñas poco tiempo le quedará disponible, pero la jota seguirá ocupando un lugar, esta vez como fondo musical de sus tareas domésticas. Dice ella: “Yo, siempre, para hacer mis faenas, tengo las jotas en marcha, que ayudan un montón”.
Pero su periplo no había terminado, ni muchísimo menos. De Barbastro pasará a Zaragoza, al popular barrio de El Rabal, donde Teresa se encontrará a los 41 años con la “guinda” de la jota: un entorno que vive la jota con emoción y donde tendrá la oportunidad de recibir lecciones de algunas de sus figuras señeras. Teresa bailará durante más de dos años, en lo que define como maravillosa experiencia, pero sobre todo cantará. Entró en la Escuela Municipal de Música del Ayuntamiento de Zaragoza y, durante sus dos primeros cursos, su maestra de canto fue Begoña García Gracia, a quien admira y quiere, y de la que recuerda con cariño cómo la reconfortó en su primera clase, cuando Teresa se sentía como si tuviese en la garganta un “gallo en apuros”. Ya en ese primer curso, Begoña llevó a sus alumnos a actuar en el Instituto Miguel Servet durante el final de curso. Teresa lo recuerda como un revuelo extraordinario que movilizó a la familia y a las amistades. Hoy, riendo, piensa que fue una osadía, pero que salió bien pese a los nervios y al miedo atroz por todo el público que habían convocado; incluso, al acabar su intervención, una amiga subió al escenario y le entregó un ramo de flores. Teresa pasó una vergüenza horrorosa, estamos seguros que infundada. Era su primera actuación en público.
En los tres cursos restantes, fue su maestra otra personalidad excepcional de la jota, ni más ni menos que María Pilar de las Heras. Es lógico, pues, que se sienta orgullosa de quienes han sido sus profesoras. Paralelamente también tendrá un maestro que le calará muy hondo y al que lleva en el corazón, Luis Pastor, la persona que después de su padre más le ha inspirado la pasión por la jota. Con él compartirá muchas horas a la guitarra, cantando y preparando actuaciones.
Y no fue menos rica la relación de Teresa con la guitarra, pues tuvo como profesor a otro grande, José Luis Muñoz, cuyas clases eran tan satisfactorias que a Teresa le pesaba la espera hasta la siguiente clase; incluso en una ocasión, llegó a presentarse lesionada y con muletas, encontrándose con que ese día había ensayo general y José Luis la enviaba de vuelta a casa hasta su total recuperación. En otra ocasión, cuando preparaban un recital de rondalla para su parroquia de Santa Ana, la víspera del mismo ensayaron con José Luis de forma tan entusiasta e intensa que dejaron de sentirse los dedos. En suma, para Teresa, todo este período fue una maravillosa etapa y sabemos que lo dice sin un ápice de exageración, pues lo vivió con total intensidad, como cuando en el trayecto hasta la Escuela Municipal, subía y bajaba del autobús entonando suavemente las letras que iba ensayando.
A pesar de toda esa actividad, la vinculación a la jota de Teresa no se agotaba en el entorno de la enseñanza, sino que continuaba fuera de él, en su parroquia, la de Santa Ana, y en el Boterón. Literalmente, dice: “El paso por mi parroquia, ha sido una de mis más bellas experiencias, en todos los sentidos que atañen a mi persona. En lo que a la jota se refiere, gracias a lo poco que sabía, he podido hacer felices a muchas personas, y ellas a mí. Organicé una rondalla con el único fin de actuar en residencias de personas mayores o ante personas con alguna discapacidad; por ejemplo, cada año actuábamos para los familiares de los enfermos de Alzeimer”. Con ello, y dando además Teresa clases de iniciación a la guitarra, ayudaban también a cubrir las necesidades de la parroquia, y el grupo que así se formó sigue funcionando hoy día. No nos extraña que Teresa califique toda esta actividad de algo “muy bonito”, y es que a la satisfacción de ayudar se añadió la oportunidad de conocer y compartir escenario con grandes joteros y joteras, como Angelines Hernández, Teresa Pardos, Jesús Burriel, Luis Pastor, Mª Pilar Pastor y El Bombero entre otros.
Le quedaba entusiasmo para alegrar los ánimos en el Boterón, un conocido centro de la tercera edad de Zaragoza, que es el primero que se creó en Aragón; como ella misma dice: “Llegué al Boterón de la mano de Araceli Ullate, una buena jotera y amiga; cantaba y tocaba en la rondalla y mi permanencia allí duro hasta que mi enfermedad me impidió continuar”.
De esta intensa vida jotera permanece todo en el recuerdo, porque para Teresa no ha habido actuación que no haya sido especial, que no haya sido diferente a las demás. Aunque destaca por su intensidad el día en que con la Escuela de Jota pisó el escenario del Teatro Principal en Zaragoza, algo que la impresionó profundamente y no olvidará jamás; pero con éste compiten otros momentos también estelares, como la primera vez que actuó con el Boterón, que fue en la calle; o cuando, ya como Rondalla de Santa Ana, actuaron en la iglesia de San Juan de los Panetes; y todas aquellas ocasiones en que actuó en presencia de su madre.
Tampoco puede olvidar, pues es algo indeleble, a las personalidades del mundo de la jota a las que ha conocido personalmente. Son muchas y las añadimos a las arriba mencionadas: Jesús Redondo, José Guerra, Inmaculada Bescos, Las hermanas Alconchel, Mª Auxiliadora Gimeno, Marián Genzor y su esposo Roberto, Petra Gracia, José Luis Urben, Mercedes Cartiel, Lorena Palacios, Sandra Guerrero, Esther Salinas, Ana Belén San Joaquín, Mª Carmen Pardos, Sergio Sanz, Vicente Rubio, César Rubio, y otros muchos más, no tan famosos.
Y ahora, transcurrido de nuevo el tiempo y por los vaivenes de la vida, tenemos a Teresa en el Puerto de Sagunto, ese trozo de Valencia donde brilla engastado un pedacito de Aragón. Para ella, su estancia aquí es lo mejor que le ha podido pasar en esta etapa de su existencia: es paradójicamente en Valencia, donde ha podido volver a la jota y reencontrarse con Aragón, y, además, con la satisfacción de formar parte de un grupo que trabaja con ilusión por esa jota tan querida, un grupo gobernado por la armonía, con cada uno consciente de sus posibilidades y límites, donde la enseñanza fluye gracias dos maestros a los que Teresa quiere rendir homenaje: Vicente, la voz y la experiencia, y César, que ama la jota con una locura muy cuerda e incansable.
Ella es la cantadora más mayor, pero eso no le importa en absoluto. Teresa intenta dar lo máximo y siempre hay una meta y un margen para la mejora; y encuentra nuevas motivaciones en el conocimiento de las antiguas grandes voces, como Pilar Gascón, de las que aprecia su agilidad al cantar y su sencillez. Además, en este centro ha podido participar, y seguirá participando, en eventos joteros excepcionales. Por todo ello, manifiesta: “Poder cantar aquí me da verdaderamente la vida. Estoy en el mejor de los sitios para vivir la jota al máximo. Estoy experimentando, yo creo, mi mejor momento, por todo, porque tengo un maestro extraordinario, que está sacando de mi persona una emoción con el canto que casi me hace flotar. Sólo me falta para completar mi felicidad poder tocar mi guitarra”.
Es evidente que la jota representa algo más que un gusto musical para Teresa. Como ella misma dice con bellas y sentidas palabras, “la jota es ánimo en mi cansancio, alegría en mi tristeza”. Y es que, desde siempre, cuando tiene que emprender alguna ardua tarea de esas que tendemos a ir retrasando, pone sus jotas en marcha y consigue que “aquello vaya como una seda.” Del mismo modo, piensa que ese verso de una jota que dice “y arenga para la guerra” es tal cual; la jota le sirve de arenga para esa guerra de cada día, para ese hacer frente a la vida cuando ésta, antes o después, nos presenta su faceta más amarga o menos atractiva. Y lo cree así porque la jota le despierta toda clase de sentimientos positivos: “Alegría, emoción, fuerza, cariño, energía, vida, es el todo para mí. Cuando la canto me hace vibrar, me transforma, me siento grande, es la mayor representación de mi tierra, de la cual me siento muy orgullosa”.
Y para terminar, otra esclarecedora cita textual de Teresa: “En este centro he tenido momentos muy emotivos… al estar fuera de mi tierra me emociono con mucha facilidad. Hace poco, en la concentración de aragoneses del exterior, en Munébrega, casi no puedo cantar por la fuerza del sentimiento que la letra de la jota escrita por César me inspiraba. Muy fuerte, pero al mismo tiempo maravilloso. Yo te diría, resumiendo, que no hay nada más grande que poder expresar tus sentimientos con el canto de la jota, y tener la fuerza para que los que te escuchan, puedan sentirlo”.