martes, 28 de febrero de 2012

Mª CARMEN GALINDO MIGUEL

PREMIO MUJERES DE JOTA 2012 POR EL CENTRO ARAGONÉS












Aunque esta historia no empezó así, para esta semblanza puede representar un buen comienzo. Es una noche de verano de hace unos doce años, el Centro Aragonés del Puerto de Sagunto ofrece un recital en la turística Cullera. El cuadro de baile, con el fondo de la rondalla y las jotas de acompañamiento, evoluciona sobre el escenario. Una persona del público, de Madrid quizás, realiza un comentario reseñable: “esa chica, por como baila, se diría que tiene formación de danza clásica”. El comentario se refería a Mari Carmen Galindo, entonces profesora del grupo, y bailadora activa. No obstante, el bienintencionado comentarista, se equivocaba; lo que interpretaba como formación de danza clásica, era en realidad el resultado de una combinación de amor por el baile de la jota, de una elegancia innata, y de la depuración técnica que Mari Carmen había alcanzado de la mano de un bailador también portentoso, el profesor y coreógrafo Pablo Luis Maza.

Como en tantos otros casos, es indudable que la ascendencia aragonesa es determinante para explicar la relación con la jota de Mari Carmen, nuestra homenajeada: sus ancestros maternos, hasta donde se pierde la memoria familiar, son todos turolenses, la mayoría de Villar del Salz. Así pues, a la edad de cuatro años, en el Pilar de 1972, ya la vistieron de baturra; y justo dos años después, en el Pilar de 1974, sus padres, a raíz de una conversación con Armando, un tío de Mari Carmen cuya hija bailaba, y con el propio profesor de baile, Pablo Luis Maza, decidieron inscribir a Mari Carmen en el grupo de educandos de baile para el siguiente curso. De esta forma, en febrero de 1975, quedaría integrada en el grupo de bailadores infantiles, y poco después en la rondalla, si bien su mayor predisposición y su embelesamiento por el baile la llevarían, al cabo de unos pocos años, a centrarse exclusivamente en éste.
Mari Carmen comenzó, pues, muy joven, a los seis años, con Concha Pérez como profesora del grupo infantil, mientras que Pablo Luis Maza lo era de los mayores. Tal era su interés que la primera recompensa llegó pronto, pues en su primer verano como bailadora ya fue reclamada por Pablo Luis Maza para intervenir en las actuaciones contratadas. Y muy pronto también, a los once años, fue llamada a integrarse en el grupo mayor. Así lo resume Mari Carmen: “una vez dentro, todo fue rodado… sin darte cuenta, hoy bailas una jota, mañana dos, luego todas y, de repente, estás delante en el escenario… A mi me encantaba aprender pasos y luego ver que era capaz de combinarlos con otros, mientras levantaba los brazos y tocaba las castañuelas, al tiempo que sonaba la música y se cantaba”.
Lo llevaba dentro, por eso lo suyo con el baile fue un flechazo, un reconocimiento de sí misma, una pasión íntima que la embrujó para siempre. Mari Carmen llegó súbitamente a la conclusión de que el baile “era lo que más le gustaba y que no quería dejarlo”. Recuerda que “de niña deseaba que fuese siempre día de ensayo”, mas no le bastaba con su propio ensayo, por eso se quedaba a contemplar los bailes de los mayores, hasta que éstos concluían. Sus padres la secundaban con su sacrificio y su paciencia: la llevaban, la traían -en la moto de su padre, o andando un largo trecho-, y se esperaban hasta el fin de todos los ensayos… es algo que les agradece en el alma, porque para ella, haber descubierto el baile de la jota ha supuesto una forma de felicidad. Felicidad que Mari Carmen relaciona con una sensación de libertad, que es la libertad propia del creador, del artista, algo que sublima al ser humano y lo acerca a lo divino: “me siento bien cuando bailo la jota porque puedes expresar mil sentimientos, es una sensación de libertad mientras te mueves que no se puede describir. Es algo que te envuelve, pero sólo sabes lo que es cuando lo sientes, cuando lo vives”. Y por supuesto, el arte, en este caso el baile, es también técnica, cuya madurez Mari Carmen aprendió de Pablo Luis Maza, de quien escucharía: “el baile uno lo tiene que hacer bonito de cintura para arriba, con los brazos, la cabeza y las castañuelas, de ello depende que sea elegante”.

Aunque la faceta de bailadora ha sido su principal motivación, de su amor por la jota ha derivado también la responsabilidad y el compromiso de enseñarla. En 1990 Mari Carmen se convierte en profesora de los educandos y del grupo infantil. Unos años más tarde lo será del grupo mayor. En ambos casos, se trató de sustituir a profesores que por decisión propia dejaban vacantes sus puestos. Aceptó gustosamente pese a que ello la apartaba parcialmente de lo que era la fuente de su satisfacción; la vivencia íntima y personal del baile.

No obstante, confiesa que fue una labor gratificante “esforzarse para que en el escenario las cosas se desarrollen como tú has planteado trabajando con el grupo día tras día. Ves cómo evoluciona la gente a la que estás formando y, cuando salen, confías en que lo hagan bien, pero a la vez dejas de poder controlarlo todo y eso hace que lo pases un poco peor”. Pero “obras son amores”, así muchos componentes del actual grupo de mayores son los primeros niños a los que ayudó a formarse en el baile. Cuando eran pequeños tuvo la gran satisfacción, como todos los profesores de niños, de verlos bailar por primera vez en público. Si bastantes de ellos siguen bailando hoy, después de 22 años, dice Mari Carmen, “es que alguna cosa hicimos bien, porque llegaron a amar la jota tanto como yo”.

Toda esta pasión por la jota ha tenido también una amplia proyección exterior: Mari Carmen ha bailado la jota en Francia, en Italia, por todo Aragón y por buena parte de España, en variados escenarios: castillos, teatros como el romano de Sagunto, el Principal de Valencia o el Fleta de Zaragoza, hoteles… Son andanzas extensas en el espacio y en el tiempo, y por ello trufadas de anécdotas, unas sabrosas y otras pesarosas, que van desde el hundimiento de un escenario hasta que se les quemara un autobús, pasando por la pérdida de equipajes o por aquella que ella misma detalla: “llegados un pueblo para una actuación, nos dejaron una casa para vestirnos y cómo se nos quedó el semblante cuando nos dijeron que había que salir de la casa por el balcón... afortunadamente resultó que el balcón daba directamente al escenario y todo quedó en el susto... pero lo mejor fue cuando, una vez fuera, vimos a los miembros de la rondalla subidos a un tractor para tocar”. Pero quizá la anécdota más personal y especial es la que le sucedió a los 8 años de edad en el Teatro Principal de Valencia, al que Pablo Luis Maza la invitó para bailar con el Centro Aragonés valenciano: “todo fue bien hasta que llegó la despedida del bolero de Caspe, cuando todos se quedaron de pie y yo, en el medio, arrodillada. Al acabar le transmití a Pablo Luis mi disgusto, pero él me cogió del hombro y me dijo: ‘Imagínate si te llegas a quedar tú de pie y todos los demás de rodillas’".

A lo largo de su ejecutoria, Mari Carmen se congratula por haber tenido la suerte de bailar acompañada por la voz de grandes joteros como el pastor de Andorra, Vicente Rubio, Bienvenida Argensola, Vicente Olivares, José Antonio Lázaro, Sagrario, Jesús Benito... y, además, por haber conocido a bailadores de la índole de José Miguel Pamplona, Carlos Gil, los hermanos Navarida, Nacho Martín, etc. Y, entre todos, a Pablo Luis Maza, con el que aprendió, al que admira profundamente y del que, en una ocasión, fue pareja de baile.

Mari Carmen no ha sido bailadora de concursos, por lo que no ha experimentado nunca la sensación de ver su nombre en un palmarés, salvo cuando, siendo profesora de los educandos, participo con el grupo de mayores en el concurso Ciudad de Tauste, donde se obtuvo un segundo premio. Pero sin desmerecer jamás la satisfacción objetiva e indudable de obtener un triunfo ante un jurado, en el caso de Mari Carmen, su triunfo ha sido más bien el fruto interior, privado, de una relación íntima entre ella y ese baile de la jota que la eleva sobre las limitaciones de lo cotidiano.

Otra faceta de esta proyección exterior al baile la constituyen sus cargos de representación: Mari Carmen ha sido Dama, Real Moza de la Peña El Cachirulo, Reina de este centro aragonés, Reina de la Federación Valenciana de Casas y Centros Regionales, y, como colofón, Reina Nacional de la Federación de Casas y Centros Regionales de España en el bienio 1990-1991. Y poco faltó para que fuese “Reina de España”, como ella misma nos relata: “siendo Reina Nacional, fui invitada a un certamen literario, donde fui presentada, ante el asombro de la gente, como la Reina de España, sin agregar que lo era de las Casas Regionales. Al terminar el acto y volver a ser presentada, esta vez ya correctamente, como Reina Nacional de las Casas Regionales de España, me regalaron un libro con la siguiente dedicatoria: ‘A Mari Carmen, Reina de España, con el permiso de Doña Sofía’".

Además de la satisfacción por la confianza que sintió depositada en ella como representante de los aragoneses y de todas las Casas, tuvo también la de conocer durante esos años a diversas personalidades del cine, la cultura y la política, así como la de recibir un trato siempre exquisito por parte de todo el mundo.

Despidámonos, sólo hasta luego, con unas palabras literales y muy sentidas de la propia Mari Carmen, que resumen su trayectoria vital junto a su familia y la jota: “para mí la jota es una forma de vida, y durante muchos años fue sin duda alguna el centro de mi existencia. Echo la vista atrás y no concibo la vida sin la jota, ella ha estado en mi niñez, en mi juventud, en mi boda, en mi embarazo... me ha dado penas y alegrías, he madurado junto a ella y me ha rodeado de gente maravillosa. Es sin duda, lo que más me gusta hacer. En mi memoria siempre mantendré indelebles a todas las personas que han trabajado y trabajan, año tras año, por sacar adelante esta sociedad, y en particular mis compañeros del grupo; a Pablo Luis Maza, que me enseñó a amar y ver la jota como lo hacía él; y muy especialmente a mis padres, por traerme aquí hace casi 40 años y permitirme con ello ser tan feliz. Finalmente, este premio que tanta ilusión me hace puesto que me lo otorga la que ha sido mi segunda casa durante tantos años, me gustaría dedicárselo a mi marido, por aguantarme, y a mi hijo Álvaro José, que ha sido la razón más maravillosa por la que se puede dejar aparcado el baile, pero que al mismo tiempo me reintegra a él al verlo dar sus primeros pasos en el escenario, siempre con la esperanza de que le llegue a gustar la jota tanto como a su madre”.


José Mª Prats Escriche

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