lunes, 25 de febrero de 2019

MARISOL ÁLVAREZ FERNÁNDEZ

MARISOL ÁLVAREZ FERNÁNDEZ: SEMBLANZA BIOGRÁFICA
Por José Mª Prats Escriche




Uno de octubre de 1994, la proclamación de la nueva reina y sus damas hace que sea uno de los días grandes del Centro Aragonés. Marisol Álvarez Fernández, una joven de veinte años, espera acompañada de su padre para hacer juntos el paseíllo hasta el escenario y su proclamación como dama. Es de suponer que habría una mezcla de nervios, emoción e ilusión, aunque no sólo eso porque la vida ya los había interpelado y puesto a prueba. El padre estaba aquejado de una severa dolencia, aunque ninguno de los dos se arredraba ante el futuro. Ahora debía contar el presente: la ilusión de ambos, el amor por el padre y el más que justificado orgullo de él. Marisol recuerda el breve recorrido, cogida del brazo de quien más quería, como un momento de auténtica gloria en el que los dos rebosaron de alegría.

Marisol disfrutó de su condición de dama sin pertenecer a los grupos de canto o de baile, algo que no constituía una excepción. Sin embargo, sí acompañaba a los cuadros, pero no como público: Marisol era tañedora de bandurria y formaba parte de la rondalla. Es de hecho la primera tañedora que recibe el premio de Mujer de Jota. Estamos todos acostumbrados a que los presentadores de los recitales pidan un aplauso para la rondalla y recuerden que sin la rondalla el resto no sería posible, y ello porque, verdaderamente, la cuerda es parte intrínseca de la jota. Por eso no debe extrañarnos que nuestra nueva premiada sea, al igual que las anteriores, cantadoras o bailadoras, una formidable Mujer de Jota. Tendremos ocasión de  comprobarlo.

Los padres de Marisol, a los que lamentablemente perdió demasiado pronto, eran oriundos del albaceteño Elche de la Sierra, un municipio importante en el aporte inmigratorio que hizo crecer el Puerto de Sagunto. Ellos, con buen criterio, deseaban que su hija, la pequeña de cinco hermanos, aprendiese a tocar un instrumento. Y dado que en este centro había una escuela de cuerda pulsada, entonces dirigida por Emilio Ruiz, aquí la trajeron acompañada por su vecinito Miguel Ángel. Era el año 1985. Marisol llegó con once años y sin ninguna idea previa sobre la jota, su bagaje consistía en la curiosidad y en su deseo de probar. Pero lo que empezó como una prueba se convirtió en un interés que fraguaba cada vez más, hasta el punto de que el grupito de niños de la escuela de rondalla quedaba por las tardes para ensayar en casa de alguno de ellos, con la esperanza de alegrar al señor Emilio demostrando un buen aprovechamiento.

Con todo, al principio tuvo un cierto miedo, nos dice Marisol, ese miedo a fallar, a no tener la aptitud necesaria, aunque poco a poco fue sintiéndose prendida por la jota y por el impulso de aprender cada vez más. Paralelamente vivió un gratificante proceso de socialización, no en vano la jota es, entre otras cosas, amistad. Amistad que surge de compartir una misma afición con personas antes desconocidas, pero que se acercan al disfrutar juntas de un afán común: bailar, cantar o tañer la jota; pero también de compartir los inevitables nervios de las primeras veces: la primera actuación en el escenario, el primer festival, la primera ronda…

El objetivo de Marisol, como no podía ser menos, era entrar en la rondalla y llegar a tocar como su profesor, Emilio Ruiz, que la dejaba embelesada con su virtuosismo en la bandurria. Así pues se esforzó y entró. Tardó poco, pues en 1987 ya asistió junto a sus padres a su primera concentración. Comenzaría entonces a disfrutar gradualmente de una vertiente lúdica, que era una merecida y saludable recompensa a su esfuerzo. “Iba a los festivales, a las concentraciones… Para mí era una fiesta porque nos lo pasábamos bomba, el buen ambiente con los compañeros, esas esperas aprovechadas para tocar canciones de la tuna, esos trayectos en autobús charlando y riendo, esas noches de fiesta en las concentraciones…”.

A todo ello se irían sumando la carga de emoción de ser elegida dama junto a Rosana, Maite y Dalia, en el reinado de Desirée; el gozo que le aceleró el corazón cuando, siendo dama, en 1994 fue ella protagonista por primera vez de la ronda del Pilar, después de haber oficiado como tañedora en muchas rondas; asimismo, las fuerzas de flaqueza que tuvo que sacar en la ronda de 1995, cuando su padre ya no podía acompañarla; y el merecido desahogo cuando, el día siguiente a ese mismo Pilar, reina y damas marcharon a Zaragoza y, vistiéndose de baturras, cantaron Sierra de Luna y disfrutaron paseando por la ciudad. La emotividad culminó el 23 de octubre de 1999, cuando Marisol se casó y recibió el homenaje de la jota a través de los que eran sus compañeros en los cuadros: “en el camino hacia el altar, con familia y amigos pendientes de mí, yo sólo tenía oídos para escuchar aquellas jotas que tantas veces había tocado y oído cantar, pero que ese día mis compañeros nos las dedicaban a nosotros. Mi emoción fue tan viva que mis ojos se anegaron en lágrimas de alegría”.

            Su boda marcará el inicio de un paréntesis sin música, por razones familiares y laborales, pero llegará la reincorporación, en la que la pasión siempre latente por la bandurria y la jota rebrotará con alegre fuerza. Oír la jota hace que le asalte una ola de felicidad. Se emociona con las voces que cantan, con el sonido de las castañuelas al ritmo del baile, y hasta el escalofrío con las melodías que salen de las cuerdas de la bandurria. Pulsar esas cuerdas es una forma de trascender la realidad cotidiana y trasladarse a una dimensión sublime donde sólo existe el gozo de paladear la música. Es su vía de escape, de soñar despierta. Al mismo tiempo anima a Marisol un continuado afán de superación. Nos dice que cada día hay algo nuevo que aprender, y que ojalá tuviera el tiempo necesario para poder ensayar en su casa y hacer sonar su bandurria con la virtud que a ella le gustaría. Nosotros estamos seguros de que todo se andará.

En esta nueva fase ocurrirá algo decisivo en su vinculación con la jota, que así nos relata: “cuando nació mi hijo mayor Rubén, lo llevamos un día al centro aragonés junto con su amiguita Marta para que vieran un festival, a ver si les nacía ese amor por la jota que yo todavía tenía y echaba tanto de menos. A Rubén le gusto y empezó a bailar y, al poquito tiempo, a cantar, por eso yo decidí volver a hacer sonar mi querida bandurria”. Con el tiempo, serán su marido Fran con el laúd y su hijo pequeño Izan, al que apuntarán al baile y al canto, quienes cerrarán el proceso por el cual toda la familia está hoy en el centro aragonés bailando, cantando y tocando la jota”. Ver compartida y secundada esa pasión es el cénit de la emoción y la felicidad. Como ella dice: “cada vez que mis hijos están en el escenario me recorre un hormigueo que me encanta, mezcla de nervios, de alegría y de orgullo. No puedo evitar emocionarme al verlos cantar o bailar”.

Desde que empezó su aventura musical con la jota, Marisol ha tenido diversos profesores de rondalla, a los que desea recordar. Empezó con un profesor casi mítico, Emilio Ruiz, y siguió con Manuel Górriz, Jesús Monleón y actualmente Toni López. Con cada uno de ellos ha ido mejorando en su aprendizaje, y a todos los tiene en el pedestal de las personas que admira. Preguntada por las personalidades de la jota a las que ha conocido, reconoce que fuera de su centro aragonés no ha tenido verdadera ocasión y afirma que tampoco hace falta irse lejos, pues hay alguien aquí mismo, el profesor César Rubio Belmonte, a quien ella admira desde hace mucho por “su amor por la jota, que nos transmite a todos, su trabajo desinteresado y su empeño en que todo salga bien”.

Marisol es Mujer de Jota porque sus hitos vitales están protagonizados o acompañados por la jota; es Mujer de Jota porque tanto en el esfuerzo y en la adversidad, como en los momentos de alborozo, todos los que la han conocido pueden certificar su bonhomía, su sencillez y su cercanía. Lo es porque mientras ella pulsa las cuerdas de su bandurria, la jota pulsa una fina cuerda de su alma, llenándola de una emoción singular. Pero, finalmente, es la propia Marisol quien con unas palabras emocionantes y llenas de autenticidad va a cincelar en oro el mejor emblema de la Mujer de Jota: “aunque no he nacido en tierras aragonesas, ni tengo familia en Aragón, me considero baturra de los pies a la cabeza. He vivido desde bien pequeña con los cantares aragoneses, la jota bailada y el sonido de las bandurrias y las guitarras. Me considero adoptada por la jota… la llevo en mi corazón”.


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