PREMIO MUJER DE JOTA 2018 POR EL CENTRO ARAGONÉS
A sus nueve años
probablemente desconocía la palabra fascinación, pero ella, Maite Alós Andrés,
estaba fascinada. Era una víspera del Pilar de finales de los ochenta… noche de
ronda, un itinerario esperado cada año al que sus padres, Tere y Gerardo, la
llevaban desde bien pequeña, quizá con 5 ó 6 años. La magia del baile la
fascinaba, hasta el punto de anhelar vivirla como protagonista, tocar las
castañuelas como esas bailadoras y que la rondaran como a aquellas damas y
reinas. Esa noche, sus manos no dejaron de moverse entrechocando unas
invisibles castañuelas. Aquella ronda marcó un hito. A los pocos días, Maite le
pidió a su madre que le dejara sus castañuelas y le enseñara un ritmo. Tere
asintió y comprobó con grata e intensa sorpresa que la chica conseguía
reproducirlo a la primera. Sin pausa, la niña abordó su objetivo planteando
esta disyuntiva: “Mami, o me apuntas al
centro, o me apunto yo”. Habría poca polémica, pues sus padres, de todos
conocidos, sienten adoración por la jota.
Así pues, a
los nueve años Maite Alós Andrés se integró en el grupo infantil de baile,
donde disfrutaría de esa deseada maravilla que para ella es la jota, y
reviviría junto a su madre sus raíces aragonesas, porque Tere, en la calle
Joaquín Costa de su Teruel natal, bailó de pequeña la jota, a su vez impulsada
por las voces de “aire, aire” de la abuela Concha.
La
etapa infantil le depararía la ilusión de empezar a conseguir un sueño, sueño
que supuso más de lo esperado, pues a la ilusión de bailar la jota se añadió un
regalo, la amistad. Maite descubrió que la jota también es amistad, y amistades
duraderas, ya que tiene la fortuna de conservar la mayoría de ellas. Desde su
entrada en el grupo, se sintió muy arropada por sus compañeros. Es algo bueno
en sí mismo, pero además la pasión por la jota y la ilusión por “crecer” en
ella se incrementaron al compartirse en un entorno de amistad.
En
el grupo infantil también descubrió algo que con seguridad ya intuía: la jota
es alegría, íntima y compartida a la vez,
y desde entonces lo manifiesta en cada baile. Otra alegría fue consecuencia de
su buen desempeño: al cabo de un año la incluyeron en las tres parejas
seleccionadas para actuar junto a los mayores en los festivales del verano de
1990; su estreno en Arcos de las Salinas fue una experiencia inolvidable que le
dio confianza y la hizo sentir “más que
mayor”.
En
sus años de juvenil, su grupo inicial de amistades se mantuvo incólume, a pesar
de lo delicado de la adolescencia, esa etapa de búsqueda y de descartes. A la
amistad se añadirá la nueva recompensa de bailar en diversas ocasiones
integrada en el grupo de los mayores. Pero todo llega y el paso a la etapa
adulta vendrá señalado por el incremento paulatino de su seguridad como
bailadora, cada vez menos lastrada por el natural miedo a equivocarse; es algo
que la experiencia aporta, aunque el respeto al público y a la jota le
mantendrán ese cierto aleteo de mariposas en el estómago que acompaña a todos
los artistas escénicos.
Durante
todo este recorrido vital hasta llegar al momento presente, la pasión de la
jota no sólo se mantuvo sino que fue creciendo, alimentada por la
responsabilidad de las actuaciones en público y por las aportaciones de cada
uno de sus profesores: Juani, Mari Sol, Mari Carmen, Joaquín, Celia, Eli,
Juanjo y Noelia, a todos los cuales recuerda con cariño. Y, por supuesto,
alimentada por sus responsabilidades y satisfacciones como profesora: a los 17
años, en 1996, se hizo cargo del grupo infantil, al que dirigió durante tres
años, y del que, con natural orgullo para ella, algunos de sus alumnos siguen
bailando en la actualidad. También recibe la impronta de figuras del baile,
como Sandra Aragón, a la que conoció en esta casa cuando impartió varias clases
magistrales en compañía de otro gran bailador, Álex Aldea. De Sandra admira
cualidades que le tienen que resultar muy familiares, pues a ella misma la
adornan: por ejemplo la humildad, la simpatía, la elegancia y, sobre todo,
saber estar en el escenario.
Fueon
desgranándose también profusión de anécdotas y eventos: una vez en pleno baile
se le aflojó una zapatilla y ésta salió disparada hacia el público, aunque
afortunadamente con “mala” puntería. En otra ocasión tenían una actuación en
una pedanía de Alpuente, y en medio de risas nerviosas casi llegaron tarde porque
el autobús no cabía por el vano de un puente a la entrada de la población. En
lo representativo, fue dama de la Corte de Honor en dos reinados, el de Desirée
Alonso, de 1994 a
1996, y el de Rosana Martínez, de 1998 a 2000, a quienes por cierto impartió clases de
aeróbic. Y en las concentraciones de casas regionales, cuando asistía en su
papel de dama a la misa cantada del domingo, recuerda cómo reina, damas y moza disimuladamente
se daban codazos porque se dormían después de pasar la noche en festiva vigilia.
Con especial emoción guarda en su memoria la actuación en el programa de
televisión Dándolo Todo Jota, o cuando bailaron acompañados por la música de la
Unión Musical Porteña. Pero sin duda, lo que se lleva la palma emocional es el
cumplimiento pleno de su sueño desde niña: que la fueran a rondar a su casa, y
así fue en sus años de dama y, con mayor emoción si cabe, en 2007 en la noche
víspera de su boda.
Maite
simultaneó la jota con sus estudios de Magisterio y hoy ocupa su plaza de
maestra. Sacó sus oposiciones, tuvo destinos alejados como Elche y Orihuela,
pero nunca desconectó de la jota, si bien en ese período, entre 2009 y 2012,
tuvo que relajar algo su actividad. No obstante, como persona muy querida que
es, sus compañeros ubicaron uno de los ensayos en viernes para que pudiese
asistir. Hoy continúa bailando y trabajando por este centro: así, desde
septiembre de 2015 es directora del grupo de mayores, al principio de forma
colegiada con María de la Salud, pues así lo tenían ellas hablado, y después de
octubre de 2017 en solitario aunque siempre echando en falta a su querida
compañera, que por motivos familiares tuvo que dejarlo. Al mismo tiempo, ha
promovido un curso de danza tradicional aragonesa con el fin de atraer hacia la
jota bailada a gentes de toda edad, además de ocupar desde enero de 2017 un
cargo en la junta directiva de esta casa.
Como
bailadora, nuestra Mujer de Jota 2018 se caracteriza por su competencia
técnica, su entusiasmo y su entrega, cualidades que sin duda imprime también a su
profesión. Con ser ello muy importante hay algo más si cabe: si la jota es
alegría, Maite lo encarna en grado sumo. Según sus propias palabras: “El sentimiento que tenía y tengo
actualmente a la hora de pisar un escenario y bailar la jota es de absoluta
felicidad, a veces pienso que es casi una necesidad vital, bueno, más bien una
adicción, pero de las buenas”. Desde luego, no puede haber algo más
adictivo que aquello que proporciona una felicidad auténtica y contagiosa. Con esa
sonrisa franca y de sana complicidad, Maite desprende felicidad en el escenario;
es una alegría que irradia y contagia al público con efectos benéficos, como
brisa de verano. Fuera del escenario, su afabilidad, su empatía, el tener
siempre una palabra amable y, por supuesto, el regalo de su sonrisa, definen una personalidad
cautivadora.
Maite empezó esta
trayectoria de treinta años siendo ya una Niña de Jota. La jota, junto a su
familia, sus estudios y la profesión docente que se deriva de ellos, son los
pilares que han dado sentido a su vida. Cada uno de ellos son, por separado y
combinados, la vida misma. La jota, y las amistades que le ha granjeado esta
pasión compartida, han sido la vida misma en la niñez y en esa etapa de búsqueda
y conformación de la personalidad que es la adolescencia, y tanto antes como
ahora ocupan en buena medida sus espacios de ocio. Maite es, pues, Mujer de
Jota por definición.
José Mª Prats Escriche
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