jueves, 15 de marzo de 2018

MAITE ALÓS ANDRÉS

PREMIO MUJER DE JOTA 2018 POR EL CENTRO ARAGONÉS




A sus nueve años probablemente desconocía la palabra fascinación, pero ella, Maite Alós Andrés, estaba fascinada. Era una víspera del Pilar de finales de los ochenta… noche de ronda, un itinerario esperado cada año al que sus padres, Tere y Gerardo, la llevaban desde bien pequeña, quizá con 5 ó 6 años. La magia del baile la fascinaba, hasta el punto de anhelar vivirla como protagonista, tocar las castañuelas como esas bailadoras y que la rondaran como a aquellas damas y reinas. Esa noche, sus manos no dejaron de moverse entrechocando unas invisibles castañuelas. Aquella ronda marcó un hito. A los pocos días, Maite le pidió a su madre que le dejara sus castañuelas y le enseñara un ritmo. Tere asintió y comprobó con grata e intensa sorpresa que la chica conseguía reproducirlo a la primera. Sin pausa, la niña abordó su objetivo planteando esta disyuntiva: “Mami, o me apuntas al centro, o me apunto yo”. Habría poca polémica, pues sus padres, de todos conocidos, sienten adoración por la jota.

Así pues, a los nueve años Maite Alós Andrés se integró en el grupo infantil de baile, donde disfrutaría de esa deseada maravilla que para ella es la jota, y reviviría junto a su madre sus raíces aragonesas, porque Tere, en la calle Joaquín Costa de su Teruel natal, bailó de pequeña la jota, a su vez impulsada por las voces de “aire, aire” de la abuela Concha.

            La etapa infantil le depararía la ilusión de empezar a conseguir un sueño, sueño que supuso más de lo esperado, pues a la ilusión de bailar la jota se añadió un regalo, la amistad. Maite descubrió que la jota también es amistad, y amistades duraderas, ya que tiene la fortuna de conservar la mayoría de ellas. Desde su entrada en el grupo, se sintió muy arropada por sus compañeros. Es algo bueno en sí mismo, pero además la pasión por la jota y la ilusión por “crecer” en ella se incrementaron al compartirse en un entorno de amistad.

            En el grupo infantil también descubrió algo que con seguridad ya intuía: la jota es alegría,  íntima y compartida a la vez, y desde entonces lo manifiesta en cada baile. Otra alegría fue consecuencia de su buen desempeño: al cabo de un año la incluyeron en las tres parejas seleccionadas para actuar junto a los mayores en los festivales del verano de 1990; su estreno en Arcos de las Salinas fue una experiencia inolvidable que le dio confianza y la hizo sentir “más que mayor”.

            En sus años de juvenil, su grupo inicial de amistades se mantuvo incólume, a pesar de lo delicado de la adolescencia, esa etapa de búsqueda y de descartes. A la amistad se añadirá la nueva recompensa de bailar en diversas ocasiones integrada en el grupo de los mayores. Pero todo llega y el paso a la etapa adulta vendrá señalado por el incremento paulatino de su seguridad como bailadora, cada vez menos lastrada por el natural miedo a equivocarse; es algo que la experiencia aporta, aunque el respeto al público y a la jota le mantendrán ese cierto aleteo de mariposas en el estómago que acompaña a todos los artistas escénicos.

            Durante todo este recorrido vital hasta llegar al momento presente, la pasión de la jota no sólo se mantuvo sino que fue creciendo, alimentada por la responsabilidad de las actuaciones en público y por las aportaciones de cada uno de sus profesores: Juani, Mari Sol, Mari Carmen, Joaquín, Celia, Eli, Juanjo y Noelia, a todos los cuales recuerda con cariño. Y, por supuesto, alimentada por sus responsabilidades y satisfacciones como profesora: a los 17 años, en 1996, se hizo cargo del grupo infantil, al que dirigió durante tres años, y del que, con natural orgullo para ella, algunos de sus alumnos siguen bailando en la actualidad. También recibe la impronta de figuras del baile, como Sandra Aragón, a la que conoció en esta casa cuando impartió varias clases magistrales en compañía de otro gran bailador, Álex Aldea. De Sandra admira cualidades que le tienen que resultar muy familiares, pues a ella misma la adornan: por ejemplo la humildad, la simpatía, la elegancia y, sobre todo, saber estar en el escenario.

Fueon desgranándose también profusión de anécdotas y eventos: una vez en pleno baile se le aflojó una zapatilla y ésta salió disparada hacia el público, aunque afortunadamente con “mala” puntería. En otra ocasión tenían una actuación en una pedanía de Alpuente, y en medio de risas nerviosas casi llegaron tarde porque el autobús no cabía por el vano de un puente a la entrada de la población. En lo representativo, fue dama de la Corte de Honor en dos reinados, el de Desirée Alonso, de 1994 a 1996, y el de Rosana Martínez, de 1998 a 2000, a quienes por cierto impartió clases de aeróbic. Y en las concentraciones de casas regionales, cuando asistía en su papel de dama a la misa cantada del domingo, recuerda cómo reina, damas y moza disimuladamente se daban codazos porque se dormían después de pasar la noche en festiva vigilia. Con especial emoción guarda en su memoria la actuación en el programa de televisión Dándolo Todo Jota, o cuando bailaron acompañados por la música de la Unión Musical Porteña. Pero sin duda, lo que se lleva la palma emocional es el cumplimiento pleno de su sueño desde niña: que la fueran a rondar a su casa, y así fue en sus años de dama y, con mayor emoción si cabe, en 2007 en la noche víspera de su boda.

Maite simultaneó la jota con sus estudios de Magisterio y hoy ocupa su plaza de maestra. Sacó sus oposiciones, tuvo destinos alejados como Elche y Orihuela, pero nunca desconectó de la jota, si bien en ese período, entre 2009 y 2012, tuvo que relajar algo su actividad. No obstante, como persona muy querida que es, sus compañeros ubicaron uno de los ensayos en viernes para que pudiese asistir. Hoy continúa bailando y trabajando por este centro: así, desde septiembre de 2015 es directora del grupo de mayores, al principio de forma colegiada con María de la Salud, pues así lo tenían ellas hablado, y después de octubre de 2017 en solitario aunque siempre echando en falta a su querida compañera, que por motivos familiares tuvo que dejarlo. Al mismo tiempo, ha promovido un curso de danza tradicional aragonesa con el fin de atraer hacia la jota bailada a gentes de toda edad, además de ocupar desde enero de 2017 un cargo en la junta directiva de esta casa.

            Como bailadora, nuestra Mujer de Jota 2018 se caracteriza por su competencia técnica, su entusiasmo y su entrega, cualidades que sin duda imprime también a su profesión. Con ser ello muy importante hay algo más si cabe: si la jota es alegría, Maite lo encarna en grado sumo. Según sus propias palabras: “El sentimiento que tenía y tengo actualmente a la hora de pisar un escenario y bailar la jota es de absoluta felicidad, a veces pienso que es casi una necesidad vital, bueno, más bien una adicción, pero de las buenas”. Desde luego, no puede haber algo más adictivo que aquello que proporciona una felicidad auténtica y contagiosa. Con esa sonrisa franca y de sana complicidad, Maite desprende felicidad en el escenario; es una alegría que irradia y contagia al público con efectos benéficos, como brisa de verano. Fuera del escenario, su afabilidad, su empatía, el tener siempre una palabra amable y, por supuesto, el regalo de su  sonrisa, definen una personalidad cautivadora.

Maite empezó esta trayectoria de treinta años siendo ya una Niña de Jota. La jota, junto a su familia, sus estudios y la profesión docente que se deriva de ellos, son los pilares que han dado sentido a su vida. Cada uno de ellos son, por separado y combinados, la vida misma. La jota, y las amistades que le ha granjeado esta pasión compartida, han sido la vida misma en la niñez y en esa etapa de búsqueda y conformación de la personalidad que es la adolescencia, y tanto antes como ahora ocupan en buena medida sus espacios de ocio. Maite es, pues, Mujer de Jota por definición.

José Mª Prats Escriche

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